Naiara Armendariz
La Plata, Buenos Aires.
¿Qué te acercó a la música?
Mis papás y su deseo de abrirme a
las maravillas del mundo que me llevaron a explorar por aquí y por allá. La
danza y la música estuvieron presentes desde muy chiquita. En el camino del
crecimiento a veces tuve que parar, tomar distancia, y siempre de un modo u
otro las volví a elegir.
¿Cuáles fueron tus primeras incursiones?
Primero que todo, bailé... Bailé en
la panza de mi mamá, bailé en el moisés que latía con sus pasos y los de un
grupo de mujeres increíbles, todas tías del corazón. Y cuando ya tenía la
fuerza para pararme sobre mis piernas, bailé entre ellas y seguí bailando.
Bailábamos danza afro, lo que despertó en mí unas cuantas preguntas. Movida por
esas preguntas, a las que se le sumaban todas las que fueron apareciendo
durante los años de estudio de música en el Bachillerato de Bellas Artes, fui
buscando el camino para empezar a responderlas y dejar que aparecieran nuevas
también. Me fascinaba la idea de llegar al menos a vislumbrar en qué contextos
surgían estas músicas aparentemente tan lejanas como la africana, la del
noroeste argentino, las del amazonas... que de a poco me habían ido encantando.
¿Tenés una metodología de composición y trabajo?
Uy, llevó un tiempo reconocerla,
pero luego me di cuenta que en realidad siempre estuvo ahí. De repente comienzo
a escuchar internamente las voces, instrumentación, frases rítmicas que se me
aparecen casi como una necesidad de que suenen realmente. Para los arreglos de
voces era muy divertido, por ejemplo, le pedía a algún amigo o familiar que
estuviera a mi alrededor: “a ver, a ver..., cantáte esto”. A veces lo
lográbamos. Hasta que llegó la loopera a mi vida ¡y se libraron de mí! Con los
años fui juntando unos cuantos instrumentos, lo que a la hora de crear generaba
una gran estado de confusión, ¡quería usar todo y al mismo tiempo! Hubo una
noche en la que la cosa se dio vuelta, en vez de estar rodeada de todos los
instrumentos, me fui al lugar de la casa en donde no tenía ninguno. Y así, de a
poco, desde aquella “necesidad”, sólo fui a buscar aquellos que escuchaba
sonar antes de tenerlos en mis manos, los que la música iba pidiendo. Esto me
alivió profundamente, era eso lo que estaba buscando, lo mínimo, lo
sutil.
¿Cuál es el momento más placentero del proceso musical?
Disfruto mucho ese instante en el
que aquellos sonidos imaginados se descubren. Y hay dos estados que los quiero
para toda la vida: el juego cuando hacemos música entre amigos y sentirme canal
cada vez que piso un escenario.
¿De qué hablan tus canciones?
La música que hago es la que me
gusta llamar música de la humanidad, la que no tiene dueño, el canto planetario,
como diría Leda Valladares. Son aquellos cantos de las diversas comunidades
ancestrales de América Latina y África -también los hay en otras regiones- que
nos hablan de la vida comunitaria y en comunión con la naturaleza. No es una
música que me pertenezca, sino que llega, pasa a través de mí, con mis sentires
y vivencias, y es entregada para que siga su camino.
¿Qué esperás que pase con tus canciones?
Eso, que viajen, que despierten las
ganas de descubrir el mundo y su maravillosa diversidad.
¿Cuándo empezaste tu camino solista y por qué?
Siempre me gustó mucho viajar y tuve
la suerte de poder hacerlo bastante. Lo que más me atraía era llegar a sentir
aunque sea un poco de la vida cotidiana de cada lugar, con su gente, sus
costumbres, sus aromas, sabores y, claro, sus músicas. Llegó un momento
en el que sentí un fuerte deseo por hacer estos viajes, compartiendo el trabajo
que venía realizando en La Plata. Sentía que la mochila no estaba lista hasta
que se corporizara aquel proyecto que venía dando vueltas desde algunos años
atrás. Luego de haber sido parte de varios grupos, tanto en la música como en
la danza, esta vez sabía que si quería viajar tenía que armarme un set que se
autosustentara, que me permitiera moverme libremente y que siempre dejara
espacio para los encuentros. Así, caja chayera, kalimba, caxixis, cascabeles,
semillas, micrófono, loopera y un repertorio de cantos que me hablan al alma,
se metieron en la mochila y salimos a andar.
¿Cómo ves la escena musical?
En La Plata hay mucha música y muchos
espacios culturales autogestivos dándoles lugar a las personas para compartir
sus músicas, su danza, pinturas, experimentar, transmitir, mostrar… ¡Eso está
buenísimo! A la distancia, pasando tiempo en otras ciudades, me daba
cuenta cuán acostumbrada estaba a esta realidad, que no es tan común en todas
partes. Contar con estos espacios es muy importante para los músicos, porque
tenemos donde compartir lo que hacemos y conectarnos unos con otros.
¿Con que músicos de tu entorno te sentís emparentada?
Con Tata Rodríguez Laxague, con
quien además de ser muy amigos, venimos creando cosas juntos desde hace algunos
años, llegando a un nivel de entendimiento ¡que está buenísimo! Tenemos un
origen en común y luego cada uno continuó un camino diferente, él por el lado
de la composición con medios electroacústicos; yo por el del estudio de la
música étnica y folklórica. Los años de amistad y el interés mutuo por el campo
del otro, nos juntó de nuevo dando lugar a un intercambio y procesos de
creación maravillosos. También con mis maestros Nati Varela Olid (de
Hierbacana), Mariana Baraj y Juan Falú, a quienes admiro profundamente por su
sensibilidad, respeto y generosidad.
¿Encontrás alguna identidad musical propia de tu zona o circuito?
Creo que la existencia de estos
espacios culturales ha fomentado el trabajo de muchos cantautores, que
encuentran donde compartir sus trabajos. En realidad es una relación que se
retroalimenta, ya que estos lugares son en su mayoría coordinados por artistas
independientes, justamente con la intención de generar espacios de encuentro e
intercambio. Paralelamente, también ha surgido una gran cantidad de grupos
interpretando músicas de origen latinoamericano, sobre todo de Brasil. El
folklore argentino y el tango en peñas y milongas y claro, el rock
característico de esta ciudad.
¿Un disco?
Florece, de las hermosas
mujeres del grupo Hierbacana.
¿Una canción?
“Semillero”, de Gabi (Gabriel Dávila
Kurbán)... ¡Un himno!
¿Una frase?
“Cuando alguien echa a rodar una canción en el mundo agreste, su aliento
regará generaciones y será tocada y retocada a través de legiones de cantores.
Nos llega macerada de humanidad. El pueblo la ventiló en la sed de infinitas
gargantas y siendo el compositor anónimo de un canto reelaborado por muchos,
perfecciona lo que sirvió a la emoción innumerable. Escuchada en su paisaje,
como una voz de rancho en la lejanía, desata nuestro fuego y reajusta el
universo”, Leda Valladares, en Cantando
las raíces.
¿Un espacio?
Hace algún tiempo que vengo
practicando encontrar el hogar dentro mío, pero también hay algunas cosas que
ayudan a crearlo en cualquier parte: un mate, mis instrumentos del set de
viaje, alguna que otra tela colorida o adornitos/amuletos que viajan conmigo,
una charla o mirada de corazón... Y la música brota sin esfuerzos.
¿Con quién continúa la serie?
Viajemos por un ratito a Brasil, con
Arthus Fochi →
LA MÚSICA POR SU CANCIÓN: “IRO YE”