Valentín
González
Córdoba.
FOTO: MATI CASTRO |
¿Qué te acercó a la música?
Mi viejo es músico y lutier, y mi vieja es una
persona muy musical. Mis varios tíos y primos son músicos, pintores,
escritores, actores. La música siempre estuvo ahí, no tuve que acercarme
demasiado.
¿Cuáles
fueron tus primeras incursiones?
Cuando tenía seis años mi viejo me enseñó a tocar Camino a San Francisco en una criolla
hecha por él, con cuerdas de metal (la única que había en casa hasta ese
momento). A los siete recibí de regalo mi primera eléctrica (también construida
por mi viejo) y un marshallito de esos de dos watts. En general, fui
aprendiendo solo, nunca tomé clases de guitarra ni canto formalmente porque era
muy inquieto, no me salía ni me sale estudiar demasiado. Básicamente, me pasé
toda mi infancia tocando canciones de los Beatles en actos del colegio, jeje.
¿Tenés una
metodología de composición y trabajo?
No siempre hay métodos, pero por lo general cuando
uso uno no lo repito. Cada vez que hago una canción nueva es de una forma
distinta. Muchas veces, en lugar de enfocarme en hacer una canción me enfoco en
el modo en el que la encararía. Si eso se resuelve, si consigo un método nuevo,
la canción nace sola.
¿Cuál es el
momento más placentero del proceso musical?
Cuando escucho por primera vez una canción nueva
que acabo de grabar. Y cuando la empiezo a mostrar.
¿De qué hablan
tus canciones?
Hay de todo. Se repiten escenarios oscuros y el
camino hacia la luz, la contemplación de la nostalgia, pero sin tristeza, con
cierta dulzura. Siempre digo que hago música con saudade, que es un concepto
portugués que remite a una especie de nostalgia feliz. Hay un poema hermoso de
Garrett, A saudade, y él dice que es “delicioso pungir de acerbo espinho”,
algo así como el delicioso escozor de espina amarga. Diría que mis canciones se
ubican bastante en ese lugar.
¿Qué esperás
que pase con tus canciones?
Que se embellezcan con el tiempo, que tengan
sentido y que puedan penetrar en el que escuche.
¿Cuándo
empezaste tu camino solista y por qué?
Empecé en 2010, a los meses de haberme mudado a
Buenos Aires. En parte fue por practicidad, en ese momento me costaba mucho
conseguir músicos para armar una banda, que era a lo que estaba acostumbrado.
Por otro lado aproveché el cambio de aire para animarme a salir a tocar solo.
Vivía solo, salía solo, estaba bastante solo en la ciudad. Las canciones
estaban ligadas a eso también.
¿Cómo ves la
escena musical?
Creo que está más desprejuiciada que hace un
tiempo. Creo que éste, como cualquier otro, es el mejor momento para hacer
música, pero cada vez nos damos más cuenta de eso.
¿Con qué músicos
de tu entorno te sentís emparentado?
Hay muchísimos, con los Valbé, Jamani, Juanga, Fly
fly Caroline, Eze Borra, Niko Garay, Cristóbal Sterpone, Mati Mormandi, Balda,
Eze Schaerer, Gabi Améndola y mil etcéteras. Pero sobre todo me siento muy
conectado con los músicos de mi banda: Nico Echeverría, Leandro Emanuele, Román
Descotte y Santi Gavioli.
¿Encontrás
alguna identidad musical propia de tu zona o circuito?
Va mutando. Tanto la identidad de cada proyecto
como los circuitos en los que se mueven. La identidad está relacionada al
entorno, nos vamos contagiando entre nosotros.
¿Un disco?
Aquelarre,
de Sig Ragga.
¿Una canción?
“Si amanece”, de Juanga.
¿Una frase?
“Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, cuento de Augusto Monterroso.
¿Un espacio?
Depende.
¿Con quién
continúa la serie?
Con Cristóbal Sterpone →
QUE TEMAZO!
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