Cintia Trigo
Temperley,
provincia de Buenos Aires.
En casa siempre se escuchaba música. Mi vieja nos
despertaba subiendo de a poquito la radio. Siempre había algo sonando. Con mi
hermano Alexis solíamos cantar temas de Sui Generis, Fito Páez. Mi hermano
mayor, David, estudiaba con música: Janis Joplin, The Rollings Stones, Sumo,
The Doors, Divididos, Los redonditos de ricota… Era un anhelo ser música.
Principalmente, mi sueño era ser guitarrista de rock.
¿Cuáles fueron
tus primeras incursiones?
A los doce mi vieja nos regaló una guitarra para los
tres y nos anotamos en el Conservatorio de Música Julián Aguirre. Empezamos a
ir los tres, también se había anotado mi primo y luego quedé yo sola. Estudié muchos años Educación Musical y fui
profe de música en escuelas. Pero es una carrera interminable y sufrí muchos
cambios de programa. Después empecé a estudiar Letras y ya no me daban los
tiempos. Dejé la música, prácticamente. Un día, no sé cómo, mi primo Matías
Wettlin me propuso enseñarme algo de tango, género que tenía muy poco manyado,
la verdad. Empezamos un ensamble en la Escuela Orlando Goñi, que dirigía Juan
Otero de La púa. Aprendimos dos canciones y ya tocamos en público. Fue un
momento inolvidable para mí. Aprendí más en esos años que en todos los que
había estudiado en el conservatorio. Me enamoré del género y, sobre todo, de la
movida del Tango Nuevo. Eso me enganchó mucho más que los clásicos. Era el
puente indicado para mí entre la poesía y la fuerza del tango y la estética y
el espíritu del rock. Cuando vi a la Fierro por primera vez, me estalló la
cabeza.
¿Tenés una
metodología de composición y trabajo?
No siempre. Hay canciones que surgen de una letra
nacida de algún momento o necesidad expresiva. Ganas de hablar o denunciar
algo. Otras, de un motivo, de una secuencia de acordes que me taladran como una
idea fija hasta que toman forma. Soy bastante cuadrada para componer, sobre
todo en cuanto a formas. Me interesa mucho el género canción
(estrofa-estribillo). Me parece fundamental que la melodía sea consistente y
recordable. Pero, sobre todo, me importa que se diga algo necesario.
¿Cuál es el
momento más placentero del proceso musical?
Para mí, obviamente, cuando termino una canción.
Sensación de exorcismo de esa idea fija que me venía quemando la cabeza sin
parar. Sensación de parto. Rara vez cambio algo una vez que siento que la
canción “nació”. Quizás después decida que me gusta más o menos, pero trato de
respetar su génesis, con sus fallas. Otro momento que me encanta es cuando escuchás un tema propio en vivo, instrumentado
o interpretado por otras bandas. Esa idea de que el germen se hizo algo
independiente a la idea que lo concibió. La sensación de que creció y me
trascendió.
¿De qué hablan
tus canciones?
De muchas cosas. Trato, en lo posible, de no hablar
sobre el amor. Me hincha. Me interesa sobre todo la canción social, la
denuncia, el retrato arltiano del presente y sus conflictos. De todo aquello
que escape a los lugares que siento ya han sido habitados por el género
demasiadas veces. Sobre la mujer, la
alienación, la hipocresía de la sociedad, la doble moral. Esas cosas me
interesan para escribir.
¿Qué esperás
que pase con tus canciones?
Que vuelen. Que me excedan. Que haya la mayor cantidad
de versiones posibles, que se alejen de aquello que yo concebí. Que me
sorprendan. Que me gusten más que la versión original. Que cuando sean
escuchadas, sea fácil recordarlas. Eso me interesa, que se puedan silbar.
Aunque sea un pedacito. Que la gente se vaya pensando algo sobre lo que se
dice. Que ayude a despertar conciencias dormidas.
¿Cuándo
empezaste tu camino solista y por qué?
No sé exactamente. Fue siempre un deseo. Me fui
animando de a poco, en diferentes ocasiones. Era necesario porque las canciones
nacían y quizás no encontraban su espacio en los proyectos de los que formaba
parte, por el género o por la estética. En general, prefiero siempre tocar con
otros. No me termina de cerrar la soledad en el escenario. Por eso formamos La
vagabunda, con mi hermano y otros compañeros. Un proyecto con el que hacemos
mis temas, pero también el de otros. Con ellos hacemos un ciclo, La troupe
vagabunda, en el que invitamos a diferentes autores y nos mezclamos. Creo que
cuanto más se socialice la música, mejor para todos.
¿Cómo ves la
escena musical?
Me parece que es un momento propicio para componer y
denunciar. En momentos donde se evidencia una fuerte avanzada de la derecha
sobre situaciones fundamentales de los derechos humanos y las condiciones de
subsistencia de la gente, es fundamental no callar ni ser cómplice. De ahí la
urgencia de la letra, a mi entender. La escena tanguera está en plena
efervescencia. Tanto los grupos que ya vienen laburando, como los que recién
arrancan, todos parecen estar motivadísimos para proponer y producir. Hay
numerosos hitazos y propuestas dentro del género. Quizás sea momento de empezar a
preocuparnos por esas cosas que a veces nos hinchan a los músicos, pero que son
fundamentales para que la cosa se mueva y crezca: la ampliación del público,
del circuito de música en vivo y los espacios de difusión. De esas luchas (que
a veces parecen tan poco musicales) creo que dependerá que esta movida siga
creciendo de modo exponencialmente a lo que ya vino pasando. Es mucho lo que se
ha logrado hasta acá. Quizás algo que era impensable algunas décadas atrás.
¿Con que
músicos de tu entorno te sentís emparentada?
¡Con muchísimos, obviamente! El Tape Rubin, el Tata
Cedrón, La Fernández Fierro, El cuarteto La Púa, Moradores Tango, Altertango, 34
puñaladas, Peralta y Astillero han servido de formadores, inspiración y de
catapulta. Muchos de ellos me han dado consejos y ayudas fundamentales para
saber cómo y hacia dónde ir. Pero podría nombrar muchos más, compañeros de ruta
con quienes hemos hecho yuntas y cruces muy productivos: Pacha González, Natalí
Di Vincenzo, Juan Lorenzo, Rojo Estambul, Trío Piraña, La Vidú, Quinteto Negro
La boca, ¡tantos más! Es gigante la cosa y llena de amigos y compañeros.
¿Encontrás
alguna identidad musical propia de tu zona o circuito?
Yo creo que sí. Ese respeto y estudio del género, pero
con una dosis de irreverencia que habilita a apretujarlo, estirarlo, recortarlo
y sumarle elementos para darle aire y frescura. Esa quizás sea la impronta de
estos tiempos. Y el espíritu rockero, que siento siempre presente en nuestros orígenes
y sentires generacionales.
¿Un disco?
Reina Noche, del Tape Rubin, y Lujo Total.
Los escuché muchas veces, me sirvieron de brújula.
¿Una canción?
“Blueses de Boedo”, del Tape; “Vírgenes Rotas”, de
Guyot y Ferrara; “Puente Pueyrredón”, de Sensottera, entre tantos otros.
¿Una frase?
“Destino de
andar en la vida / siempre cantando por ahí/ abrazado a una guitarra (…) siga
cantando compadre que usté nunca morirá”, de un
tema de los Manseros Santiagueños.
¿Un espacio?
Alrededor de una guitarra.
¿Con quién
continúa la serie?
Martiniano Tanoni →
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